La cantidad de personas que enfrentan inseguridad alimentaria aguda se ha duplicado, de 135 millones a 276 millones desde 2019 hasta ahora, y un total de 44 millones de personas en 38 países están al borde de la hambruna.
David Beasley, Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y ganador del premio Nobel de la Paz en 2020, compartió durante la World Food Summit celebrada durante este mes de mayo, estos datos tan preocupantes. Esta crisis alimentaria tiene unos claros culpables, una combinación de factores que han creado una tormenta perfecta:
- Conflictos: las guerras siguen siendo grandes impulsoras del hambre, ya que el 60% de las personas que padecen hambre en el mundo viven en zonas en conflicto. Por ejemplo la guerra en Ucrania no solo ha causado hambre a los afectados por la guerra, al ser uno de los grandes productores de grano y aceite de girasol la imposibilidad de seguir comercializando estos productos, y la incertidumbre creada, ha llevado a una subida de precios en el mercado de la alimentación.
- Crisis climática: los cambios en el clima destruyen vidas, cultivos y medios de subsistencia, provocando que la capacidad de las personas para alimentarse disminuya y se vean en la necesidad de abandonar sus hogares. Las consecuencias del cambio climático han desplazado a 30 millones de personas de sus hogares en todo el mundo en 2020, son los llamados refugiados climáticos.
- Pandemia de COVID-19: las consecuencias económicas de la pandemia de COVID-19 han provocado una subida de precios a nivel global que hace más difícil el acceso a comida de calidad.
Pero esto no es una sorpresa, entidades científicas como el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) llevan advirtiendo durante años que el cambio climático amenaza la disponibilidad de alimentos y su inocuidad.
¿Cómo afecta el cambio climático a la seguridad alimentaria?
Cambios bruscos de temperaturas, lluvias muy intensas seguidas de sequías, pérdida de biodiversidad… Los impactos del cambio climático están poniendo en jaque a los sistemas de producción de alimentos, y en los últimos 50 años el calentamiento inducido por el hombre ha frenado el crecimiento de la productividad agrícola en latitudes medias y bajas.
La agricultura, ganadería, silvicultura, pesca y acuicultura, necesitan cada vez más de un mayor esfuerzo y más recursos para satisfacer la demanda de alimentos y poder cubrir las necesidades humanas. Todo esto hace que la disponibilidad de alimentos disminuya, sobre todo cuando hablamos de zonas más desfavorecidas sembradas por los conflictos.
Por otro lado, el aumento de temperaturas hace que aumente la posibilidad de que aparezcan bacterias patógenas, como Listeria, Campylobacter o Salmonella, y los cambios en la salinidad, temperatura y acidez del agua del mar puede provocar la aparición de diatomeas y algas potencialmente perjudiciales para la salud humana al poder contaminar pescados y mariscos.
Incluso un estudio reciente ha demostrado que las temperaturas elevadas pueden aumentar el riesgo de exposición al arsénico en la dieta en los sistemas de arroz que anteriormente se consideraban de bajo riesgo, ya que un aumento en la temperatura del suelo favorece la concentración de este compuesto en los granos de arroz.
Tenemos la suerte de que en Europa –gracias a los controles sanitarios y el nivel económico– más allá de una subida de precios y una caída en la calidad de los alimentos, no estamos sufriendo consecuencias graves… de momento. Pero no podemos dejar que esta situación privilegiada nos ciegue.
África oriental, con la cuarta temporada consecutiva de precipitaciones inferiores a la media, está sufriendo una sequía sin precedentes que afecta a Somalia, Etiopía y Kenya y pone a millones de personas en alto riesgo de morir de hambre. Mientras en Sudán del Sur se enfrentará a su cuarto año consecutivo de inundaciones a gran escala, al igual que el Sahel. Estas situaciones arrasan los cultivos y el ganado, y fuerzan a la población a desplazarse en busca de comida y agua.
El estudio del PMA “Puntos críticos del hambre: alertas tempranas de la FAO y el PMA sobre la inseguridad alimentaria aguda” publicado a principios de este mes, expone que se prevé un empeoramiento del hambre aguda entre junio y septiembre de 2022, e insta a una acción inmediata para salvar vidas y medios de subsistencia, y prevenir la hambruna.
“Nos enfrentamos a una tormenta perfecta que no solo afectará a la población más pobre de entre los pobres, sino que también abrumará a millones de familias que hasta ahora se mantenían a flote”, advirtió el Director Ejecutivo del PMA, David Beasley.
Es urgente que apostemos por una nueva manera de producir alimentos, y consumir de una manera más consciente con nuestro entorno y todos los habitantes de este planeta, porque como advirtió David Beasly: “esto es solo la punta del iceberg. Tenemos soluciones. Pero debemos actuar, y rápido”.
Echa una ojeada a nuestro artículo La agroecología que podemos afianzar en común para descubrir cómo esta forma de producir alimentos es la respuesta para una alimentación sostenible.