La verdad es que eso de la era preantibiótica suena raro, pero no es ningún invento esotérico, sino un término técnico utilizado en el Plan Nacional de Resistencia de Antibióticos, de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). En dos palabras, la era preantibiótica llegará en el momento en que las infecciones por bacterias se vuelvan “clínicamente incontrolables”, dejando a la humanidad completamente indefensa. Eso ocurrirá cuando los medicamentos antibacterianos dejen de matar a las bacterias, después de más de medio siglo de utilizarlos sin tasa en animales y en humanos.
Las cifras varían pero se sabe que la mayoría de las prescripciones de antibióticos en humanos son inútiles y contraproducentes. Por ejemplo, se recetan a toneladas para tratar catarros provocados por virus. Como siempre, todo está en la mesura. En su origen los antibióticos –como la penicilina– eran la última barrera de resistencia ante las mortales infecciones masivas. Salvaron millones de vidas y se administraban en los casos realmente graves y necesarios. La penicilina era cara y necesitaba ser conservada en frío, lo que limitaba su uso. La multiplicación de tipos de antibióticos, su baratura y su facilidad de administración cambiaron por completo la situación. Por si fuera poco, muchos productos de limpieza comenzaron a incluir bactericidas en su composición.
Las bacterias no se iban a quedar quietas ante este ataque masivo. Su capacidad de mutar es enorme, y en cuestión de horas puede surgir una cepa resistente a cualquier tipo de antibiótico. Estas cepas resistentes se pueden diseminar por todo el planeta en cuestión de días. La era postantibiótica llegará cuando todas las bacterias del mundo hayan pasado a la fase de resistencia. Entonces, sencillamente, no podremos combatir las infecciones masivas. Volveremos a antes de 1935, año afortunado en que se descubrió la penicilina. Eso ya está pasando. En lugar de tratamientos suaves para erradicar alguna bacteria molesta –como la Helicobacter que parece ser la causante de las úlceras de estómago– los médicos tienen que prescribir tratamientos de tres o cuatro antibióticos extra-potentes para tener alguna posibilidad de aniquilar al Helicobacter, que dejan de paso la flora bacteriana natural y saludable de nuestros intestinos completamente aniquilada.
Nuestro cuerpo es un ecosistema que contiene varios kilos de bacterias beneficiosas, fundamentales e imprescindibles para que asimilemos bien los alimentos y nos protejamos de muchas enfermedades. Erradicarlas para combatir un catarro o una leve infección con la que seguramente nuestro sistema inmunitario podría lidiar sin dificultad es como tirar al niño junto con el agua sucia después de bañarlo. Existen serios planes para reducir el flujo de antibióticos innecesarios a través del sistema público de salud, y ya se están consiguiendo resultados.
Ahora se trata de reducir el impresionante consumo de antibióticos que realiza la industria de la carne. Unos pocos animales enfermos reciben inyecciones de antibióticos prescritos por un veterinario, y consiguen recuperar la salud. Pero eso es una excepción. Lo normal es que los animales reciban regularmente dosis masivas de antibióticos mezclados con el pienso. Esto se hace por dos razones: prevenir la aparición de enfermedades, potencialmente devastadoras en las modernas granjas donde los animales se hacinan por millares en espacios muy reducidos, y hacer que engorden más rápido. Este último efecto no tiene una explicación clara, pero parece que los antibióticos, al eliminar las bacterias intestinales, hacen que el alimento sea aprovechado más rápidamente por el animal.
Según este informe publicado recientemente, España es el país de la UE que más antibióticos consume en la producción de carne. Abusar de los antibióticos en la cría de ganado tiene consecuencias: los animales se convierten en medios ideales para la aparición de cepas de bacterias resistentes. Que luego se difundirán con rapidez por el mundo, entre otras vías a través del consumo de carne.
¿Qué podemos hacer? Pues, para empezar, considerar como un activo muy valioso de nuestra persona nuestra rica flora de bacterias, y pensarlo dos veces antes de dañarla. No tomar jamás antibióticos para curar un catarro, por ejemplo. Comer menos carne también ayuda. La carne barata resulta al final muy cara: está contaminada por toda clase de engordantes, medicinas y compuestos que tienen como único objetivo que el animal crezca rápido y produzca carne sin grasa. Esos filetes de lomo translúcidos, con apariencia de plástico, que se venden a 3,50 euros el kilo no son comida de calidad. Si te gusta comer carne de vez en cuando, compra cordero criado en el campo o cerdo alimentado con bellotas. Como es mucho más cara, tendrás que comer menos carne, lo que hará que tu salud mejore con rapidez. Y no olvides tirar todos los productos antibacterianos que compraste para la limpieza, basta con agua, jabón y un estropajo corriente.