Fotografía: Bárbara Borgia Royo.
No se rían si buscan “cocinillas” en el diccionario de la Academia y se tropiezan con la primera definición: “Hombre que se entromete en las tareas domésticas, especialmente en las de cocina.” Aquí nos interesa la segunda: “persona aficionada a cocinar”. La Academia nos ofrece un atisbo de la sociedad tradicional, en que un varón pasaba limpiamente de los platillos que le guisaba su madre a los platillos que le guisaba su esposa, incluso su hija en algunos casos.
Ahora cocina todo el mundo, se supone. En realidad no es así, la encuesta del CIS de 2017 sobre distribución del trabajo doméstico muestra que las mujeres cocinan mucho más que los hombres –1,3 veces más según los hombres y 17 veces más según las mujeres.
Todo lo asociado a la alimentación es cosa de mujeres según la encuesta, las mujeres friegan los platos y hacen la compra de alimentos con mucha más frecuencia que los hombres. Los varones solo destacan en las chapuzas domésticas o pequeñas reparaciones del hogar.
Estos datos confirman la existencia de un varón en general bienintencionado, bastante haragán, que “ayuda”. No le importa echar una mano, pero al final el peso de las tareas alimentarias recae sobre la mujer. Eso incluye pensar los menús (tarea ardua), comprar las vituallas, prepararlas, servirlas y limpiar la vajilla a continuación.
Esto es un perfil parcial de la situación, que además cambia con rapidez. El reparto de las tareas alimentarias en los hogares cada vez se equilibra más. Lo malo es que esta tendencia coexiste con otra, que cada vez se cocina menos. Eso indica el crecimiento sostenido del consumo de platos preparados y alimentos ultraprocesados, que ha pasado de 10,7 a 14,2 kilos por habitante y año en diez años, entre 2007 y 2017.
Esta tendencia es negativa por cuatro razones: los platos listos para comer son caros, no tienen buen sabor (otra cosa es que están tan dopados con grasa, sal, azúcar y saborizantes que resultan irresistibles), tienen una huella ecológica muy elevada y no son nada saludables (esto no incluye las latas de conserva de pescados y legumbres).
Madrid Fusión, la reunión anual de super-cocineros, dedica este año mucho espacio a la salvación del Planeta a través de la cocina. Por ejemplo presentando a Anthony Myint, de The Perennial de San Francisco, primer restaurante del mundo con huella cero de carbono. Su fundación, ZeroFoodPrint, asesora a otros restaurantes del mundo para conseguirlo, ahora mismo hay 25.
No hace falta ser un superchef para salvar al Planeta desde nuestra cocina. Durante años nos han dado la vara con separar los residuos, coger el transporte público o caminar, regular la calefacción a la baja, actividades todas ellas (salvo el caminar) poco placenteras. Pero ahora tenemos una que es crucial para mejorar nuestro mundo, más todavía que bajar dos grados el termostato de la calefacción, que todo el mundo puede hacer (no todos tenemos calefacción que regular o coche del que bajarse) y que además es un enorme placer. No te olvides de fregar los platos después y recuerda que cocinar mola mazo.